Como ya hemos visto, esta iglesia pasó con los años de ser una modesta ermita a la actual Basílica a la par que crecía la devoción por la imagen que albergaba, y en buena parte gracias a esta se pudo levantar tan suntuosa obra. Será al arquitecto Juan de Rueda Alcántara, maestro mayor de la Alhambra, a quien se encarguen en 1663 las obras del templo actual, de fábrica de ladrillo con planta de cruz latina de una sola nave cubierta con bóveda de cañón con lunetos sobre pilastras toscanas y a sus lados ocho capillas con bóvedas de aristas. El crucero, en cuyo centro se eleva una luminosa cúpula sobre pechinas, da acceso por sus extremos a la capilla sacramental y a la sacristía. Para la decoración interior se empleó el yeso, siguiendo la tradición granadina, con elementos realmente complejos de hojarasca en molduras basadas en los modelos de Alonso Cano. Se completan sus paramentos con una profusa decoración de arabescos pintados sobre fondo blanco.
Tuvo la iglesia un primer retablo de madera dorada trazado por el mismo arquitecto con dos cuerpos y tres calles separadas por columnas salomónicas de gran tamaño, en la central se situó la imagen de las Angustias, flanqueada por las dos santas. Todo el programa iconográfico del templo, destacan los cuadros con escenas de la Pasión existentes en la nave, giraba en torno a la imagen de la Virgen visible a través de la ventana que se abría al camarín. Al realizarse el retablo actual de jaspes pasaría este primitivo a la iglesia de la Encarnación de la Alhambra en la que hoy alberga otra imagen de las Angustias, la célebre Piedad de Torcuato Ruiz del Peral. Se completaba con los altares del crucero para el Nazareno y San Miguel, sustituidos igualmente por los actuales, y los de las capillas laterales, así como con el apostolado, obra del escultor Pedro Duque Cornejo, recientemente restaurado.
La portada, construida en piedra de Sierra Elvira por Manuel Cárdenas y Juan Durán, aparece flanqueada por columnas de orden corintio, en el segundo cuerpo se abre una hornacina con la bella imagen en piedra de la Piedad obra de Bernardo de Mora en colaboración con su hijo José. Remata el conjunto el escudo real sobre águila bicéfala sostenido por querubines. Originariamente la fachada se presentó revestida de estuco sobre el que posteriormente se realizaron pinturas al fresco obra de Francisco de Melgarejo en 1764, estas se perderían con el paso del tiempo y desde 1913 presenta el sencillo aspecto que hoy contemplamos de ladrillo visto. Adosado al templo se abre un patio, antiguo cementerio, cuya fachada preside una imagen de San Cecilio obra de José Risueño proveniente del desaparecido Colegio Eclesiástico. A este patio se abría una puerta lateral coetánea a la principal que tras ser cegada se convirtió en capilla exterior en la que se sitúa un crucificado de piedra de José Navas Parejo de gran devoción.
Desde que en 1610 se convirtiera en parroquial se sucedieron los desencuentros entre la hermandad y el clero. Si bien desde entonces el arzobispado colaboró en el mantenimiento y culto del templo que hasta entonces solo contaba con los insuficientes ingresos de la hermandad, esta vio peligrar buena parte de sus privilegios a favor de Beneficiados y Curas que trataban de hacer valer las normas diocesanas en lo referente a cultos, propiedad de las dependencias y el hospital. No fueron pocas las veces que se recurrió a los tribunales e incluso a la intervención real para resolver estos litigios. En este clima de confrontación surgirían disputas por la posesión de las llaves de la iglesia, el uso de las bóvedas para enterramientos o cuestiones tan absurdas como el préstamo de un rico terno litúrgico perteneciente a la hermandad a un sacerdote algo presumido. Sin duda fue la propiedad del templo lo que más tensiones originó, alegando cada parte y reclamando aquello que había sufragado o donado para la iglesia, hoy en día aun se puede ver un ejemplo de ello en el cancel de madera de la puerta en el que se puede leer: “es de la hermandad de Ntra. Sra. de las Angustias”. Igualmente, en el interior, aparecen numerosos escudos reales unidos al de la hermandad, una forma sutil de recordar los privilegios y el favor real que esta tenía concedidos. Estos pleitos también motivaron la construcción de los dos campanarios, uno para uso de la hermandad y otro para la parroquia, llegando a producirse situaciones como que uno tañera a gloria mientras el otro doblaba a difunto. También hubo polémica por las donaciones a la imagen de la Virgen, la hermandad tuvo que litigar no solo con la parroquia sino con una segunda cofradía, la de la “Esclavitud de Ntra. Sra. De las Angustias”, nacida al amparo del clero y por tanto más apegada a este que la primitiva, a la que negó el derecho de pedir donativos en nombre de la Virgen.
Sin embargo donde no hay fisuras es en la devoción que dentro y fuera de Granada se profesa a la imagen. Esta ha gozado de la veneración de reyes, Fernado VII la nombra de su Real Patronato e Isabel II realiza importantes donaciones, y del favor de los papas que le concedieron el patronazgo de la Archidiócesis en 1887, la coronación de la imagen en 1913 y el título de Basílica Menor para su iglesia en 1922, pero sobre todo el fervor del pueblo granadino por La que vive en la Carrera.
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