“Parbus et magnus hic sunt”
“El pequeño y el grande aquí están”
Desde la Antigüedad, el hombre ha rendido culto a los muertos variando ritos y formas según las culturas. En la Granada musulmana, raudas y almacabras se situaban en lugares apartados como la del Albayzín, al pie del cerro del Azeytuno, o extramuros como la que existió ante la Puerta de Elvira, de grandes dimensiones. Caso aparte era la ruada real, en el interior de la ciudad palatina de la Alhambra, reservada a los soberanos granadinos. Ya en Época Moderna, los enterramientos se realizaban dentro de las propias iglesias o en sus alrededores con la esperanza de obtener la salvación del alma, lo que ocasionaba no pocos problemas higiénicos.
Sera en 1787 cuando, por Real Cédula de Carlos III, se mande situar los cementerios en lugar apartado y bien ventilado. Las reticencias religiosas harán que no se lleve a efecto hasta ya entrado el siglo XIX. En Granada, la epidemia de fiebre amarilla de 1804 hace que Tomás de Morla, comisionado de su Majestad, prohíba definitivamente el enterramiento en las iglesias. Al año siguiente se construyen cuatro cementerios siguiendo las indicaciones de una comisión médica: El de San Antonio en el Camino del Fargue, el de Armengol en el Cercado Bajo de Cartuja, el del camino de los Abencerrajes y el de las Barreras en “la Haza de las Escaramuzas” de la Dehesa del Generalife.
Mausoleo de Rodríguez Acosta
Por su altura y la calidad de la tierra, este último fue el lugar más idóneo para los galenos. Aquel primer recinto, ejecutado de forma improvisada, no debió constar más que de un cercado perimetral con capacidad para 7000 enterramientos. En 1842, cerrados los otros tres, pasa a convertirse en cementerio municipal, el segundo más antiguo de España de titularidad pública, con el nombre de San José, patrón de la “buena muerte”. El arquitecto granadino Francisco Enríquez Ferrer realizó entonces un proyecto de inspiración parisiense para su ampliación que no cuajó por falta de presupuesto, pero si debió servir de referencia para la construcción de los patios Primero, al que se accede por la actual portada de 1892, y Segundo. Consistían estos en recintos ajardinados con paseos en cuarteles y diagonales con rotondas, con 5000 nuevas sepulturas. Se sitúan delante y a una cota más baja del primitivo recinto que ocupan hoy el patio Tercero y el de la Ermita, en el que se construyó una capilla neorrománica en 1908 por la familia López Medina hoy en día destinada a las cenizas. Sin un proyecto unitario, el conjunto actual es el fruto de las sucesivas ampliaciones, quince patios más y una rauda islámica para enterramientos de la comunidad musulmana, que con el paso del tiempo se han ido realizando.
Pero si por algo destaca es por las esculturas que decoran tumbas y mausoleos principalmente en los patios decimonónicos, predominando la temática religiosa que reproduce modelos de la escuela granadina. Menos abundantes son los retratos de los finados como el de Melchor Almagro, de Agustín Querol Subirats de 1893 o el relieve en bronce del pintor granadino Manuel Maldonado realizado por Miguel Moreno Romera en 1984. A la entrada unas guías gratuitas nos ayudarán a encontrar obras destacadas en las sepulturas de familias como la de Fernández Osuna en la que el escultor Nicolás Prados López convirtió en 1963 la blanca piedra en sudario que cubre al difunto con asombroso realismo, o la sobriedad máxima que podemos ver en la de Ángel Ganivet.
Cristo yacente, al fondo mausoleo de Melchor Almagro
Ángeles custodios, figura habitual, encontramos en las sepulturas de Seco de Lucena y Rodríguez Acosta esculpidas por Pablo Loyzaga y Enrico Butti respectivamente. Pero sin duda el taller que más trabajó en el cementerio fue el del escultor José Navas Parejo, muy prolífico durante la primera mitad del siglo XX. Otros recuerdan tragedias como el memorial a las víctimas del accidente aéreo de 1964 en Sierra Nevada. Mención aparte merece la del médico Manuel Rodríguez Torres, su dedicación al cuidado de los más necesitados hizo que su tumba fuera muy visitada tras su muerte en 1907. En esta, la imagen de un Cristo vaciado en cemento blanco que aparece de pie en actitud meditabunda ha alcanzado gran devoción y fama de milagroso entre los granadinos que lo conocen como “el Señor del Cementerio”.
Pese a la reticencia que pueda causar el que un cementerio sea lugar de interés turístico, el nuestro aparte de cómo museo de escultura y memorial de granadinos anónimos e ilustres es también un encumbrado mirador sobre la ciudad, la sierra y la vega. Desde 2010 pertenece a la Ruta de Cementerios Históricos Europeos por su interés cultural.
Para saber más: recomendamos la página web del propio Cementerio, que ofrece información para su visita. Muy recomendable es también el libro “Memoria de Granada, estudios entorno al Cementerio” compendio de trabajos de diferente temas y autores dirigidos por el profesor Juan Jesús López-Guadalupe Muñoz, que en buena medida nos ha servido de bibliografía.
Mausoleo de Seco de Lucena
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