“Además de esto, declara que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte, que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen.”
Concilio de Trento, uso y veneración de las imágenes.
Trento fue un punto de inflexión para la escultura religiosa que experimentó un gran auge sobre todo en el Barroco. Contra lo estipulado por Lutero, la Iglesia Católica promovió el culto a las imágenes como representación, que no continente, de la divinidad como hemos visto. Al inmenso catálogo de obras de arte que ello nos ha legado nuestra ciudad contribuyó escribiendo alguna página digna de mención.
Muchos son los nombres que se escriben con letras de oro en la historia de la imaginería granadina. De ellos hoy nos fijamos en uno de los más renombrados y en una de sus obras más sobresalientes. Nos referimos al bastetano José de Mora y a la imagen del Ecce-Homo, hoy Jesús de la Sentencia, de la iglesia de San Pedro y San Pablo de Granada. Nacido en 1642, se formó en el taller de su padre en el que aprendió el oficio de la mano nada menos que de Pedro de Mena y Alonso Cano. Con semejantes maestros se comprende que el alumno llegara lejos, siendo escultor de cámara de la Corte de Carlos II. Su personalidad melancólica y depresiva, rallando en la locura al final de su vida, se transmite, y de qué manera, en sus obras en las que imprime su estado anímico. Locura o genialidad, lo que no se puede negar al contemplar su producción es el don que José tenía. No se conforma el artista con la perfección anatómica de sus imágenes, buen ejemplo es el crucificado de la Misericordia de la iglesia de San José, si no que en cada una imprime el mensaje que dicho simulacro representa.
Su producción, principalmente para Granada y Madrid, se reparte sin embargo por la geografía española y también fuera, por ejemplo en la National Gallery de Londres. En Granada el Museo de Bellas Artes acoge obras como los bustos del Ecce-Homo y la Dolorosa, mientras que muchas otras, documentadas o atribuidas a su taller, se reparten por las iglesias y conventos de la ciudad procesionando en algunos casos en la Semana Santa a la que, por su valor, engrandecen. Centrándonos en la portentosa imagen del Ecce-Homo, diremos que ha sido fechado por el profesor de Historia del Arte D. Juan Jesús López Guadalupe en 1685 en su reciente e interesante libro titulado “Imágenes elocuentes” en el que aporta los datos que corroboran esta afirmación. Se trata pues de una obra de madurez artística, realizada cuando contaba cuarenta y tres años para el convento del Carmen Calzado, edificio que hoy alberga el ayuntamiento granadino. Allí con el nombre de Humildad residió durante más de un siglo hasta la exclaustración decimonónica pasando la imagen a la iglesia de San Pedro en 1844.
El citado libro nos ha hecho fijarnos en algunos detalles de esta imagen dignos de mención. Llama nuestra atención en la perfecta anatomía de la imagen de talla completa, la cual aparece de pie con las manos atadas por cordel natural cruzado en el cuello, mirada baja y cabeza inclinada hacia la derecha, su complexión delgada acentúa el dramatismo del momento. En un gesto de gran naturalidad, como quien lleva mucho tiempo de pie y quieto, deja caer el peso del cuerpo sobre la pierna derecha descansando la izquierda. Se cubre únicamente por clámide de púrpura que deja al descubierto espalda, hombro y torso izquierdo, muy conseguida en el tratamiento de los pliegues. De genialidad podemos calificar el gesto de las manos que sujetan púdicamente sobre el vientre la tela para evitar su caída. En el rostro, sobrecogedor como corresponde a su autor, se refleja la angustia de la Pasión. Cejas arqueadas y boca entreabierta hacen que, sin apenas sangre, el gesto sea de hondo dramatismo pero, ahí vislumbramos la divinidad, a la vez de una gran serenidad. Hay dolor, y a la vez calma y no miedo, como sería lógico en quien ve su fin próximo, en los ojos del nazareno. En esto es donde lo natural y lo sobrenatural se conjugan magistralmente para transmitir la catequesis plástica de una obra hecha para conmover.
Si tiene el lector oportunidad, acerquese a contemplar esta soberbia imagen en la soledad de su capilla ya que, aunque procesiona en Semana Santa, entonces el ambiente que lo envuelve llama la atención del espectador en la multitud de detalles que conforman el altar andante que son los pasos procesionales. Sin duda quedaremos maravillados con el virtuosismo del gran José de Mora.
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