Pasada ya la parte más dura del invierno, los días de sol han despertado al más madrugador de los habitantes de nuestros montes, el almendro. Nos encontramos en la población de Víznar a una altitud de 1050 metros desde la que se domina toda la extensión de la Vega granadina. Los campos de olivos que bien podrían traernos el rumor de los versos de Federico son el escenario de nuestro paseo, desde aquí la visión de Sierra Nevada es total, impactante, más aún en las últimas horas de la tarde en las que la nieve adquiere tonalidades rosáceas que varían en cuestión de momentos, en las que las sombras de unos picos se proyectan en las faldas de los otros, la flor del almendro parece querer mimetizarse con los mismos colores blancos y rosas de la nieve. Cuando la mayoría de la vegetación aun parece aletargada por los fríos propios de la estación este árbol, la Prunus Dulcis, viene a poner la nota de color sobre los tonos terrosos de las ramas aún desnudas. Es este el anuncio de que la primavera ya está cerca, de que pronto volverá a cubrir de verde los campos.
Pasan los minutos y dirigimos nuestra mirada hacia el Oeste para contemplar la puesta de sol, dicen los expertos que el color del cielo en esta región es único, que la atmósfera y las condiciones climáticas influyen de tal manera que le confieren unas características diferentes a otras zonas, hay que darles la razón a los expertos. En la lejanía se adivina la sierra de Elvira y aún más lejos Parapanda y los montes de la subbética ocultan ya el sol y el cielo se convierte en una paleta de pintor en la que se mezclan las mil tonalidades que componen un atardecer en Granada.
Por Jack Builder.
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