jueves, 27 de enero de 2011

El Carmen de los Mártires (III). El Convento de Carmelitas Descalzos



Al poco de la reconquista de la ciudad y de la liberación de los cautivos cristianos en las mazmorras alhambreñas, la reina Isabel mandó construir en la parte más alta de la loma de Ahabul, presumiblemente sobre un antiguo morabito árabe, una ermita dedicada a los cristianos que en este lugar perecieron. Fue erigida con el titulo de los Santos Mártires. El edificio, de amplias proporciones, se levantó con traza gótico-mudéjar, muy común en esa época, cubierto por una armadura igualmente mudéjar. Lo más sobresaliente de la ermita era  su retablo compuesto por diferentes pinturas en tablas que mostraban un crucificado, un descendimiento y varias escenas sobre cautiverios y martirios de santos: la lapidación de San Esteban, la degollación de San Hermenegildo, el asaeteado de San Sebastián, el cautiverio de San Marcelo Papa, la liberación de San Pedro y la de varios mártires franciscanos fallecidos en esta colina que ya vimos en la anterior entrada. Manuel Gómez-Moreno atribuye como autor de estas tablas a Juan Ramírez, artista afincado en Granada en la primera mitad del siglo XV y que además de pintor de retablos fue iluminador de libros de coro de la seo granadina, cinco de estas tablas todavía hoy se conservan en el Museo de Bellas Artes. Por Real Decreto del emperador Carlos I, la ermita fue anexionada para su jurisdicción y administración a la Capilla Real el 6 de diciembre de 1526.

En 1567 llega la orden carmelita a Granada instalándose en una casa de pequeñas dimensiones en la Cuesta de Gomerez. Su incomodidad haría que al poco tiempo los monjes hicieran numerosas gestiones para trasladarse a otro lugar. Tras pasar por las Alpujarras, el capitán general del Reino de Granada y alcaide de la Alhambra, el conde de Tendilla, les animó y apoyó para que se instalasen en  dicha ermita. Finalmente, en 1573, se llegaría a un acuerdo con el cabido de la capilla real para que el prior,  Fray Baltasar de Jesús Nieto, junto al número limitado de tres monjes, aunque luego se aumentaría a treinta, ocupasen el llamado Campo de los Mártires.  Bastantes penurias pasarían en sus primeros años en este lugar puesto que a la falta de espacio, todos los monjes estaban instalados en las pequeñas dependencias de la casa del capellán, se le unía la falta de recursos económicos y de abastecimiento de agua a causa de un conflicto con el cabildo de la Capilla Real. En varias ocasiones pensaron marcharse del lugar detenidos por la persistencia del conde de Tendilla hasta que el 31 de Mayo de 1579 los terrenos fueron independizados de la capellanía real y adscritos al Rey Felipe II quien tres años antes les había concedido mediante Real Cédula dos reales de agua para su abastecimiento.


Así, con mejores condiciones para su dedicación, los monjes comienzan la construcción del Convento de Carmelitas Descalzos de los Santos Mártires. En la plataforma de Ambrosio de Vico queda constancia de cómo fue este primer convento, los monjes aprovecharon el perímetro de la muralla que cercaba las antiguas mazmorras para circundar las huertas y las dependencias monacales con un gran patio ajardinado se levantaron a la derecha de la primitiva ermita la cual tenía en su frente una prominente cruz de piedra. En 1587 se construyó un acueducto que traía el agua del Generalife y un gran estanque, todavía conservados. En este tiempo fue prior del convento de 1582 a 1588 el místico abulense San Juan de la Cruz. En su estancia en Granada completaría algunas de sus obras maestras como “Cantico Espiritual”, “Llama de Amor Viva”, “Subida del Monte Carmelo” y “Noche Oscura del Alma” de la que se dice que se inspira en el paisaje que el santo pudo contemplar desde el Campo de los Mártires. También es tradición la creencia de que el mismo plantó un cedro que todavía hoy se alza exuberante conocido como “el cedro de San Juan de la Cruz”.


Entre 1614 y 1620 se levanta un nuevo convento más espacioso para el cual serían derribadas las anteriores celdas. Su construcción, como la del anterior edificio, seria acometida por los propios frailes. La principal novedad era la nueva iglesia sobre la antigua ermita que solo sufrió el derribo de uno de sus muros para transformase en sala capitular. Esta se situaba a los pies del templo sobre la que se alzaba una espadaña. La planta del templo era de cruz latina de una sola nave, sobre el crucero se elevaba una cúpula y a su lado izquierdo se situaba una hermosa capilla octogonal perteneciente a la hermandad de penitencia de Jesús Nazareno y Santa Elena, corporación fundada a la par que el convento y que hacía estación de penitencia en la Catedral en la madrugada del Viernes Santo con una imagen de Pablo de Rojas que se conserva en la iglesia de la localidad vecina de Huétor-Vega. El resto de dependencias de los mojes se disponían  en torno a dos patios, el primero, hermosamente decorado, fue modelo para posteriores conventos carmelitas  de toda la geografía española. El claustro se organizaba en torno a una fuente central rodeado por arcadas de veinte columnas y galerías abovedadas. El segundo era más austero en arquitectura pero más agraciado en panorámica pues desde el mismo se podía observar la vega y la sierra. A su vez la vista del conjunto desde la ciudad debería de ser majestuosa pues el desnivel del terreno hacía que las distintas dependencias estuvieran a diferentes alturas dándole un aspecto de grandeza.  Delante de la fachada principal se abría un amplio paseo de frondosos álamos y en donde se situaban una serie de cruces que conformaban una vía sacra. En el paseo central del bosque de la Alhambra, junto a la fuente del Tomate se conserva una de estas cruces. Esta en especial fue donada por el conde de Tendilla en 1641 junto a la columna y capitel nazarí donde se posa.


Pasarían los años con la tranquilidad propia de estos recintos para la orden hasta la invasión napoleónica de  1810 en el que fueron expulsados los frailes y utilizado como cuartel, fortificándose la colina y enlazando las murallas con las de la Alhambra. Tras la marcha de los franceses fue usado como pabellón de inválidos y posteriormente exclaustrado en 1835. Solamenteo siete años más aguantaría en pie el edificio hasta que fue finalmente demolido en 1842. Pero no queremos terminar este capitulo dedicado al enclave que ocupó la orden carmelita sobre la colina de los Mártires con este triste acontecimiento, sino con los bellos versos que el lugar inspiraría al santo de la mística:

En mi pecho florido,
que entero para él se guardaba,                                                                                 
allí quedó dormido,                                                                                                   
y yo le regalaba,                                                                                                        
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,                                                                                                  
cuando yo sus cabellos esparcía,                                                                               
con su mano serena                                                                                                  
en mi cuello hería,                                                                                                     
y todos mis sentidos suspendía.



lunes, 24 de enero de 2011

El Carmen de los Mártires (II). El Campo de los Mártires

“Martirio del Obispo de Jaén don Gonzalo de Zúñiga”
1610, atribuido a Pedro de Raxis

Descritas ya las mazmorras nazaríes, pasamos ahora a analizar las razones que motivaron que, tras la toma de la ciudad, se convirtieran en un lugar santo como escribe fray Francisco de Santa María: “pero mucho mayor es la hermosura que le concedió la elección del Cielo, escogiéndole como lugar de santos, para testigo de sus gemidos, oración y obras santas, relicario de sus lágrimas y sangre, y tesoro de sus cuerpos, por todo lo cual a este cerro lo llamaron santo”.
Muchos fueron los cristianos de toda condición que pasaron por esta cárcel, algunos pocos consiguieron su libertad a cambio de un rescate, los mas, o por medio de la fuga, los menos. Sin embargo, la mayoría acabaron sus días como mártires de la fe cristina. Célebre aunque erronea fue la creencia del martirio del obispo de Jaén, Gonzalo de Zúñiga, el cual supuestamente sufrió presidio y fue muerto en Granada. Se dice que el dinero de su rescate sirvió para la construcción de parte de la muralla de la ciudad, en concreto la situada en el cerro del Aceituno, llamada en época cristiana “cerca de don Gonzalo” en su honor. Sin embargo es del todo imposible que esto sea así ya que este obispo vivió en el siglo XV, no consta que muriera en Granada, y la muralla es, como mínimo, de un siglo antes. Al parecer se confundió a don Gonzalo con otro obispo de la misma diócesis, el mercedario fray Pedro Nicolás Pascual, que utilizó el dinero destinado a su rescate para conseguir la libertad de trescientos cristianos por los que se intercambió, siendo ejecutado el 6 de diciembre de 1300, fecha más cercana a la construcción de la muralla. El cuadro que encabeza esta entrada, proveniente del convento de los Mártires y en la actualidad en el Museo de Bellas Artes, abunda en esta confusión, aunque la escena es muy interesante, ya que a parte de los personajes del primer plano, se observan los pozos teniendo como fondo la Alhambra y Sierra Nevada.


Pero volvamos al primer plano, tras el Obispo aparecen otros dos religiosos en actitud orante, dos caballeros y una mujer con dos niños. De todos tenemos noticias. Los dos religiosos son los franciscanos fray Juan Lorenzo de Cetina y fray Pedro de Dueñas. El primero de ellos, nacido en 1340, se propuso predicar entre los musulmanes de Jerusalén, no se le permitió y fue enviado al convento de San Francisco del Monte en Córdoba, donde coincidirá con el joven fray Pedro de Dueñas, nacido en 1377. Finalmente obtendrá el permiso para predicar en Granada, llevando al segundo como compañero. Llegan a la ciudad en enero de 1397, siendo detenidos y acusados de proselitismo, ante la persistencia de sus intenciones. Llevados a presencia del sultán nazarí, Muhammad VII, este los tortura y decapita, se dice que con sus propias manos dada su fama de cruel, ante la puerta de la mezquita real de la Alhambra. Primero fray Juan, intentando que fray Pedro renuncie a su fe, a lo cual se niega, corriendo la misma suerte. Sus cuerpos fueron llevados por mercaderes catalanes a la catedral de Vic, siendo desde 1731 beatos de la iglesia católica. En el atrio de la iglesia de la Encarnación de la Alhambra, donde se situaba la mezquita donde murieron, se levanta una columna en su memoria sobre la que una cartela reza: “Año de MCCCXCVII, a XII de maio, reynando en Granada Mohamed VII, fueron martirizados por manos del mismo rey en esta Alhambra F. Pedro Dueñas y F. Juan Zetina de la Orden del P. S. Francisco, cuias reliquias están aquí. A cuia honra y de Dios nuestro Señor se consagra esta memoria por mandato del Illv. D. Pedro de Castro. Arzobispo de Granada Año MDCX”.

 

De milagrosa califica Antolinez de Burgos la liberación de dos caballeros, “don Galcerán, hijo del almirante de Cataluña, y S. Cernín, señor de Sull, que estaban captivos”, bien pudieran ser estos los que aparecen en el cuadro. Por último, el historiador Francisco Bermúdez de Pedraza habla de una “mujer valenciana que con dos hijos estaba cautiva en Granada”, también liberada y representada en la escena. Como vemos, en un solo cuadro se condensan varias historias y leyendas que dan idea de la importancia que la loma de Ahabul adquirió tras la conquista de la ciudad. Por ello en 1492, los Reyes Católicos mandaron construir una ermita en este campo “en memoria de los cautivos mártires que fueron sepultados en este cerro y con advocación de ellos”. De este templo, origen del posterior convento carmelita, abundaremos en la siguiente entrada.

viernes, 21 de enero de 2011

El Carmen de los Mártires (I). El Corral de Cautivos


En época nazarí, la población de religión distinta a la islámica en Granada se reducía a viajeros o comerciantes y principalmente a los cautivos. Estos, en su mayoría castellanos habitantes de las tierras limítrofes con Granada, eran hechos prisioneros durante las frecuentes refriegas y escaramuzas que se producían entre ambos reinos. Un interesante documento gráfico sobre este tema se encuentra en la denominada “casa de las pinturas” del Partal de la Alhambra en la que se observa una escena del regreso de soldados con cautivos cristianos, siendo este uno de los pocos testimonios nazaríes sobre el tema. Más numerosas son las fuentes cristianas como las que afirman que en el momento de la toma por los Reyes Católicos había en Granada entre setecientos y mil quinientos presos, “pocos” ya que muchos otros murieron durante su cautiverio. Como curiosidad, si visitamos la ciudad de Toledo podremos ver colgadas de la fachada del Monasterio de San Juan de los Reyes las cadenas de estos, que fueron mandadas colocar allí en recuerdo y acción de gracias por su liberación. Para albergar a un número tan importante de personas, aunque la comodidad de los prisioneros no era precisamente prioritaria, sería necesario disponer de un amplio espacio acondicionado para ello.

Monasterio de San Juan de los Reyes, Toledo

Este se situaba en la denominada loma de Ahabul que iba desde Torres Bermejas hasta la puerta de los Siete Suelos que entonces se llamaba Bab-al-Guduz, la puerta de los pozos, por existir en esta zona numerosos silos que pudieron servir como almacenes o mazmorras, o ambas cosas. El viajero alemán Jerónimo Munzen pudo verlo en persona en 1494 y lo describe como “un lugar espacioso, rodeado por un muro,…, donde hay catorce profundas cuevas, muy estrechas por la parte alta, con un solo orificio, de mucha profundidad y cavadas en la misma roca”. Fue conocida esta prisión por los castellanos como corral de cautivos, de cristianos o de Cieza por proceder algunos de dicha población". Justino Antolínez de Burgos, vicario general del Arzobispado también describe estas mazmorras en su obra “Historia eclesiástica de Granada” diciendo que “edificaron algunas torres e trechos, de donde velaban de noche a los cristianos porque no se levantasen o huyesen. Junto a estas torres y mazmorras hicieron unos portales o colgadizos, donde tenían gran cantidad de grillos, esposas y cadenas con que los aherrojaban de noche”. Estas mazmorras consistían pues en un profundo pozo de forma troncocónica, por cuya estrecha embocadura se introduciría o sacaría a los cautivos mediante cuerdas o escalas como se observa en un grabado de Frans Hogenberg perteneciente a la colección “Civitates Urbis Terrarum”. Igualmente, al estar amurallado, no es descabellado pensar que la fortaleza de Torres Bermejas se integrara en este recinto. Como misteriosa podemos calificar la existencia de numerosos pasadizos subterráneos bajo el cercano Carmen de Rodríguez Acosta, que los especialistas relacionan con estos silos, pudiendo ser galerías de comunicación entre las mazmorras.


A parte de estos pasadizos, al otro lado del callejón del Niño del Royo en el que se sitúa la citada fundación, en el Carmen de los Catalanes o Peñapartida, se han hallado varios de estos pozos y dos torreones que pudieran formar parte de las mazmorras. Igualmente, dentro del propio Carmen de los Mártires, Leopoldo Torres Balbás encontró en 1930 una mazmorra de cinco metros de profundidad por diez de diámetro en su fondo y dos en su embocadura. Todo ello viene a corroborar la importancia y extensión de este recinto en el que además se enterraba a aquellos cautivos que morían durante su cautiverio como afirma el propio Munzen y ratifica el carmelita descalzo natural de Granada e historiador fray Francisco de Santa María: “hanse hallado en este corral muchas sepulturas, que conocidamente fueron de cristianos por cruces y otras insignias que junto a los huesos se descubrieron”. Es por ello que tras la toma de la ciudad se denominó esta loma como “Campo de los Mártires” con fama de lugar santo, aspecto en el que ahondaremos en la siguiente entrada dedicada a este tema.

Relieve del retablo mayor de la Capilla Real.
Boabdil entregando las llaves y liberación de cautivos.
Foto: Web de la Capilla Real.

domingo, 2 de enero de 2011

Crónica de la conquista de Granada (y III). Rendición de Granada

Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra, 1880. Manuel Gómez Moreno
Concluimos la semblanza de esta obra con su episodio final, la capitulación del reino nazarí, y lo hacemos en el día exacto en el que ocurrieron tan importantes hechos que marcaron la historia de Granada y de España. Unimos de esta manera la etiqueta “El Viajero Romántico” con la celebración de este dos de enero con un capítulo que Irving relata con especial emoción al novelar las últimas horas de Muhammad XII, Boabdil, en sus dominios. Lo primero que nos llama la atención al comparar el texto con algunas de las fuentes de las que bebe el autor, como Luis del Mármol Carvajal, es que, aunque imbuida del espíritu romántico, la narración de los hechos es prácticamente idéntica, muestra de la voluntad de dar rigor histórico a la obra.

 Proponemos en esta ocasión efectuar un pequeño paseo por la ciudad siguiendo los hechos de hace quinientos diecinueve años. Así, si acudimos a tocar la “Campana de la Vela”, bien podremos ascender hasta la ciudad palatina por la Antequeruela siguiendo los pasos del destacamento del ejército cristiano encargado de tomar posesión de la fortaleza que, según lo acordado, “no debería pasar por las calles de Granada, yendo por un camino del lado exterior de las murallas que conducía, por la Puerta de los Molinos, a la cima del cerro de los mártires”. Pasaremos después ante la Puerta de Siete Suelos, la Bab Al-Gudur o de los Pozos, sin embargo a nosotros no nos saldrá al encuentro el infortunado Boabdil para decirnos como a aquellos: “id a tomar posesión de esta fortaleza que Alá ha otorgado a vuestros poderosos Soberanos en castigo de los pecados de los moros”. Ya en el interior de la Alcazaba granadina, subiremos hasta su torre más alta donde la voz de bronce de su campana nos traerá los ecos de los gritos de júbilo de aquellos caballeros que, tremolando los pendones con las armas reales y alzando la Cruz, dieron aviso al campamento real apostado en las cercanías de Armilla de que la plaza estaba tomada.


De regreso a la ciudad podremos acercarnos a las riberas del Genil. Allí, junto al morabito o ermita de San Sebastián, dicen las crónicas que se reunieron los soberanos hacia las tres de la tarde para entregar las llaves de Granada. Aunque en realidad solo estuvieron Muhammad XII y Fernando V, Irving cae en el error de situar en la escena también a la reina, que en verdad aguardaba en el campamento en prevención de una emboscada. Esta imagen es la que el pintor Francisco Pradilla inmortalizaría en 1882 en su celebrado cuadro “La rendición de Granada”, contribuyendo a perpetuar este error. Así dice W.I. que quiso Boabdil “desmontarse para rendir homenaje a Fernando, pero este se lo impidió,…, no queriendo Boabdil ser sobrepasado en magnanimidad, se inclinó hacia adelante y besó el brazo derecho del rey cristiano”. Entrega después la ciudad diciendo, “estas llaves son las últimas reliquias del imperio de los árabes en España. Tuyos son ¡oh rey! Nuestros trofeos, nuestro reino y nuestra persona. ¡Tal es la voluntad de Dios! ¡Recíbenos con la clemencia que nos has prometido y que esperamos de tus manos!” Muy cerca de este lugar se colocó acertadamente una escultura del infortunado rey chico que, apesadumbrado, mira eternamente hacia su Alhambra.


Se separan ambas comitivas, la cristiana en dirección a la fortaleza roja, y la nazarí camino del exilio en las Alpujarras, momento en el que se produce otro célebre episodio, la definitiva despedida de Boabdil de la capital de su reino. Al llegar a la cumbre de una loma, que marca la divisoria de las vertientes Norte y Sur de Sierra Nevada, se detuvo un momento para mirar atrás. Así describe W.I. esta última mirada: “¡Jamás pareció a sus ojos tan bella! Los brillantes rayos de sol iluminaban sus altas torres y alminares y se reflejaban gloriosamente sobre las almenadas murallas…, en tanto que abajo el esmaltado y frondoso valle de la vega, contrastaba con los brillantes y plateados meandros del Genil.” “¡Alá Akbar, Dios es grande!”, exclamó entonces Boabdil derramando amargas lágrimas, a lo que como respuesta la historia ha puesto en boca de la honesta sultana Aixa una de las sentencias más crueles, a la par que poco verosímil, que se recuerden: “¡Bien haces en llorar como mujer, lo que no supiste defender como hombre! ” Escena también inmortalizada por Pradilla titulada “El suspiro del moro”, nombre que se dio igualmente a este paraje en el que Boabdil vio por última vez Granada.

La primera fiesta de la Toma


Y llegó el último día, una jornada  previamente  planificada que pondría fin de una manera pacífica a una guerra que hacía diez años que comenzó. Era viernes y las tres de la tarde era la hora elegida para la rendición de la ciudad. Los primeros en salir del campamento de Santa Fe es la orden de Santiago guiada por el gran maestre y preceptor de León, Monseñor Gualterius de Cárdenas, con 500 caballeros y 3.000 peones bellamente engalanados.  De asombro sería su camino hacia Granada, la vega ganaba en hermosura cuanto más se acercaban al destino. En las afueras de la ciudad fueron recibidos por reconocidos capitanes de la corte granadina quienes les guiaron hasta los palacios reales de la Alhambra. Tal y como iban entrando por las puertas estas eran tomadas en poder con toda libertad y sin ninguna resistencia, así hasta completar el control total de las tres cercas de Granada y la de la ciudadela real. Entre llantos y lamentos en alguna sala del Mexuar o del Palacio de Comares sería el lugar donde definitivamente la dinastía nazarita, después de más de dos siglos de soberanía sobre el sureste de la península, entregaría las llaves de la Alhambra rindiendo vasallaje y reconocimiento a la monarquía católica.  Tras esto, toda la familia nazarita y sus séquitos abandonarían los palacios mientras el preceptor celebraría la primera misa presumiblemente en el oratorio del Mexuar. Dejando una guardia de nobles caballeros custodiando la casa real comandados por el conde de Tendilla, se dirigió el preceptor de la orden de Santiago a la torre más alta de la Alhambra, se piensa que es la Torre de la Vela aunque también pudo ser la del homenaje o la de Comares, para levantar sobre los cielos granadinos el símbolo de la cruz. Esta cruz se levantó tres veces mientras varios clérigos entonaban el Te Deum laudamus, representando con este gesto el cambio a la nueva religión. Todavía hoy se conserva la insignia aunque muy reformada en la catedral de Toledo conocida como la cruz del cardenal Mendoza quien la dejó en la seo primada toledana. A la vez que esto ocurría, el grueso del ejército cristiano con el rey Fernando a la cabeza que estaría en un lugar cercano a la ciudad, cayó devotamente arrodillado ante la cruz alzada, señal de que la ciudad había sido tomada.

Cruz de Mendoza en el Corpus
de Toledo.

 La reina Isabel no presidió este momento ya que se encontraba en la vecina Armillat guardándose de un posible ataque inesperado. Después de ser alzada la cruz fue tremolado otras tres veces el estandarte del apóstol Santiago y por último fue ondeado otras tantas el pendón de Castilla a la vez que simbólicamente hacían reverencia hacia la cruz y el pendón de Santiago. Finalizados las tremolaciones de las banderas un heraldo comenzó a decir en castellano las siguientes palabras: “Santiago, Santiago, Santiago; Castilla, Castilla, Castilla; Granada, Granada, Granada, por los muy altos, muy poderosos señores Don Fernando y Doña Isabel rey y reina de España que han ganado esta ciudad de Granada y toda su tierra por fuerza de armas de los infieles moros con la ayuda de Dios y de la Virgen gloriosa su madre y del bienaventurado Apóstol Santiago y con la ayuda de nuestro muy Santo Padre Inocencio VIII, socorro y devoción de los grandes prelados, caballeros hidalgos y comunidades de su reino” Estos hechos son el origen del polémico rito público que en la actualidad se conmemora cada 2 de Enero en la consistorial plaza del Carmen que ha sobrevivido a lo largo de los tiempos con la diferencia del primer acto en el lugar y en la bandera a tremolar ya que la de la actualidad es una pieza del siglo XVII. El pendón que estuvo en las torres de la Alhambra el 2 de Enero de 1492 posiblemente fuera el guión de los Reyes Católicos que se expone en la Capilla Real y que fue donada por el mismo rey Fernando a la regia sepultura.

 Guión de los Reyes Católicos.
Capilla Real.

Aunque toda la cristiandad celebraba solemnes festejos de tan importante victoria y la de su consecuente resultado político para la unidad territorial de la nación, la ciudad de Granada estuvo en los años inmediatos a la conquista triste y callada. No sería hasta cinco lustros después cuando la ciudad celebraría la conmemoración de la toma. Al morir el rey Fernando en 1516, dejó escrito en su testamento que a partir del año siguiente y para siempre se hiciera una procesión el 2 de Enero de cada año para conmemorar la toma de Granada. En dicha procesión debería figurar el pendón y la espada del rey que fueron usadas por este en la conquista de Granada y  entregadas por su segunda mujer Germana de Foix al capellán mayor de la capilla real. Si bien no se celebraría la procesión hasta 1519 ya que dicho capellán no quiso entregar las insignias reales hasta el punto de desaparecer con ellas siendo recuperadas al poco en Valladolid. Así llegado el segundo de Enero de 1519 se celebró la primera conmemoración del acontecimiento histórico.  El acto comenzaba con el recibimiento en la capilla real de las personas encargadas de portar el pendón, la espada y la corona de la reina Isabel, por los miembros del cabildo catedralicio y de la capellanía. Tras esto salía la procesión por la puerta principal de la Catedral para recorrer las plazas de las Pasiegas y Biba-Rambla, la calle Zacatín, varias estrecheces de la Alcaicería y tras pasar por la casa del Alcayde volver por la fachada de la Capilla Real a la puerta principal de la Catedral donde se celebraría misa y serían devueltas las insignias a su lugar. Como vemos poco ha variado la raíz del significado a lo que se celebra en la actualidad si bien la fiesta ha tenido algunos altibajos a lo largo de la historia, épocas de máxima solemnidad, comprendiendo hasta seis días de celebraciones y otras de decadencia llegando casi a punto de desaparecer.