sábado, 30 de octubre de 2010

El Jardín de los Adarves (y IV). La transformación del siglo XVII.



Tras demasiados meses de silencio en esta etiqueta, retomamos y concluimos nuestro paseo por este jardín en este otoño de jazmines floridos antes de proseguir con otros espacios alhambreños. Como ya vimos en la anterior entrada, el origen de esta plataforma, que hoy día cierra la visita a la Alcazaba granadina, estuvo en las obras de adaptación de la fortaleza al sistema defensivo de la artillería. Sin embargo, en el siglo XVII, pasados más de 100 años de la toma de la ciudad, consumada la expulsión definitiva de España de los moriscos en 1609 y diluido el peligro otomano en el Mediterráneo, las defensas de la ciudad resultaban innecesarias. Más aun pensando que el escenario bélico entonces eran los Países Bajos.



Se ha dado el año 1628 como fecha aproximada en la que la zona se convierte en jardín. Entonces era alcaide de la Alhambra el quinto marqués de Modéjar, Íñigo López de Mendoza. En dicho año se tiene constancia de la colocación de uno de los dos pilares que lo adornan, en concreto el situado al Este, al pie de la “Torre Hueca” o “del Adarguero”, en cuyo frente aparece un relieve de figuras marinas de cuyas bocas brotan caños de agua. Al otro extremo del jardín otro pilar, en el que aparecen tres arcadas vacías, se adosa a la “torre de la Sultana”. Existe una leyenda sobre su construcción, muy del estilo de las que Washington Irving recogiera de los habitantes de la Alhambra para sus cuentos, según la cual se descubrieron unos jarrones llenos de monedas de oro que habían sido escondidos en tiempos de los nazaríes, don Íñigo destinaría parte de ese oro a convertir el frio reciento militar en el bello jardín que ahora contemplamos.


En el crecen hoy en día numerosas especies vegetales cuidadas con un mimo esquisto por los jardineros del monumento, destacan los magnolios, naranjos, rosales, jazmines o palmeras, de tan alto tamaño que sobrepasan en altura las murallas de la Alcazaba lo cual permite distinguirlas desde los miradores de la ciudad, junto a otros menos fáciles de reconocer como el árbol de Júpiter o la glicina, trepadora que forma un verdadero entoldado vegetal para dar sombra al jardín. Junto a ellas no podía faltar el ciprés que si en el mundo latino se asociaba con la muerte y los cementerios, en la cultura oriental simbolizaba todo lo contrario, la salud y la vida, es mas se dice que cada familia plantaba uno en su jardín cuando nacía una niña para que crecieran a la par y una vez pasaran los años se supiera que allí había una doncella casadera. Y, cómo no, el arrayán también destaca entre la flora de este bello paraje abierto hacia el mediodía granadino. Abandonamos este jardín con el texto recogido en una placa colocada en la muralla interior que nos habla precisamente del arte de la floricultura. Son las palabras que el bohemio Francisco Villaespesa dedico al poeta Fauzi Maluf del que tradujo al español el poema árabe “En la Alcatifa de los vientos”. Su pueblo natal, Láujar de Andarax, le dedico este homenaje en el centenario de su nacimiento en este recogido jardín alhambreño en el que rosales carmesís le sirven de marco.

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